Christian Sanz Gomez

La adolescente me dirige unas palabras

El mundo ha mutado, mudado,
como un paisaje tras la granizada.
No es un plumaje sucio de légamo una noche de niebla
ni el sueño turbio de sombras diabólicas.
Y lo que crees panfletos, barbarie, banalidades,
pacotillas, bagatelas, significan nuestra nueva religión.
 
Tu alma se adensó en foscas bibliotecas
y no comprendes nuestros afanes y vagabundeos,
la alegría honda de la liviandad y el olvido.
Regalaste con generosidad una aventura caduca,
cosechaste fracasos y burlas,
conociste el desdén y la tristeza,
envejeciste, algo todavía desmayaste.
Tu reloj perdió las horas.
 
Frente a la barandilla de la playa creciste en soledad.
¿Dónde vivir, sino dentro de los días? La melancolía
es un trapo innoble, un ejemplo de sub-literatura.
 
Mis centellas son rutilantes radiaciones televisivas,
la superficie es mi profundidad,
y en lugar de la frase alambicada prefiero lo espontáneo,
mi único esfuerzo (y Dios) es el placer,
la tecnología tornea mi mente a la manera del pizzicato,
mi motor de experiencias nace con el movimiento perpetuo.
Y no pido perdón al cielo por el impulso
de sangre de potro joven que me empuja.
Creo que la noche y el día no son vetustos libros,
me gusta el alba metálica al salir de la discoteca,
y me disgustan las verduras de la naturaleza,
y, más que a una capilla, mi fe se ciñe al supermercado.
 
No, Christian, el futuro no es un país lleno de ogros
y la nieve brilla en mis manos.
Traduce tú las sátiras de Luciano, príncipe del apocalipsis,
disípate en tu negro laberinto,
y no te irrites si a mis amigas y a mí
nos chifla más la música de Rosalía
que el rancio aburrimiento de los violines del barroco.
 
Demasiadas veces viviste como un ermitaño:
tus murallas te aíslan.
Yo soy la bárbara del bar que no puede sino comprenderte.
Hay que mirar el futuro con optimismo, querido.
Debes ver los bonitos fuegos artificiales
de mastines seráficos corriendo por otros bosques.
Mira, toca, saborea, entiende, soba, palpa,
huye de una maldita vez del congelado invierno.
La energía y gracia de la vida
son como zarpazos contra tu espléndida decadencia.
 
¿No es la muerte inactividad? ¿El desengaño?
¿Los proyectos inacabados? ¿La percepción del ocaso?

(i) La breve y larga noche al sonar guarda silencio de iglesia. El silencio siempre fue la respuesta final ante la enormidad. Después de "El grito" de Munch, juraría que se allega un mar quieto que jamás volverá a moverse. La nieve, por contra, enmudece los sonidos cercanos y amplifica los lejanos con increíble claridad. Quiera Dios que no me asorde a estos últimos.

(ii) La vida cotidiana está llena de tópicos y estereotipos. La vida está llena de rutinas deprimentes y embrutecedoras, de destinos de papagayo.

Muchas veces, al entrar en la intimidad de los otros, percibes una suerte de suicidio general por encogimiento de alma. Vemos como muchas personas no razonan del modo adecuado. Vemos aversión, hastío, asco, repugnancia, disgusto. Barbarie de mazas. La aptitud y el talento y la felicidad son la cosa peor distribuida. Vemos gentes precarias que llenan de alcohol los bares. Facultades internas de pensamiento y emoción muy precarias. Conexiones de matrimonios, y de padres a hijos, y de persona a persona, de modos y maneras nunca delicadas, sino utilitarias y mendaces. Lugares donde solo importa la rentabilidad y no el pensamiento crítico y las ideas, o la poesía y la imaginación. No hay autoridad externa ni interna ninguna, no hay misericordia ni compasión, no hay altos valores interiores específicos. Todos son iguales a todos, nadie es distinto a nadie, la guerra universal se enseñorea en los corazones. Se desprecia el arte y la inteligencia, y una presión violenta mueve los hilos. Nunca fue menos sólida la justicia ni tan densamente arbóreo la miseria.

Para saber las últimas noticias del mundo no hace falta leer una web o ver el telediario. Basta con leer El Apocalipsis.

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