Tener casa propia, limpia y agradable, afable,
un jardín tapissé de flores y abejas en verano,
pocos o ningún hijo, acaso mujer fiel, ningún tumulto;
que vague la vida en Adagio non tropo, ma divoto,
estudiar los severos astros, mucho leer a la luz de la vela,
acallar la lengua (que abunde mucha conversación
con el cielo y así no obtener dócil habladuría),
convertir en rechifla la farsa y sátira de la época,
sin deuda y poca hacienda, ni avaracia ni deseo.
Contentarse con poco, nada querer de los Grandes,
domar las pasiones, cultivar el juicio esclarecido,
no conocer la tormenta y meditar en silencio,
y, solitario como un sabio, escribir con letra clara
y pausada igual al corazón, un libro modesto y veraz
que ampare pálida memoria de tus días o iguales afanes.
Y ya que arden los conventos, o nadie cultiva la tierra,
y se pueblan de salvajes las ciudades, pasar los granos
del Rosario sin devoción: attendre doucement la mort.