POETA —Aquel tributo que mi pobre ingenio
ha ofrecido, Isidora, consagrarte...
ISIDORA —Me lo has hecho aguardar todo un trienio,
y pudiera mandarte
que fueras con tu música a otra parte;
pero con una condición lo admito:
que tenga de lo nuevo y lo bonito.
POETA —¿De lo bonito y de lo nuevo sólo?
A tus influjos me encomiendo, Apolo,
para salir de tan terrible aprieto:
inspírame un soneto,
que el fino gusto de Isidora apruebe.
ISIDORA —¿Sonetos en el siglo diez y nueve?
POETA —Un romancito, pues, en asonante...
ISIDORA —Es cosa de poeta principiante,
que el oído desgarra,
y merece cantarse con guitarra.
POETA —Pero si no sé más, querida mía.
¿Cómo de tan estéril fantasía
creaciones hermosas
podrán salir? No da el espino rosas.
ISIDORA —Todo cuanto me digas es en vano.
En estas hojas, con tu propia mano,
algo que a los lectores interese,
algo que de ponerse digno sea,
después de estas dos emes y esta ese,
has de escribir; lo exijo.
POETA —¡Fuerte empeño!
Mas aguarda; una idea
me ocurre de improviso.
Fingiré que adormido en blando sueño
se presenta a mi vista un paraíso,
donde...
ISIDORA —Toma la pluma, pues, y al caso.
POETA (escribiendo y declamando)
—«Sobre la verde falda
del erguido Parnaso,
guiaba yo mi vacilante paso,
tejiéndote, Isidora, una guirnalda,
cuando de ninfas majestuoso coro,
sueltos sobre la espalda
alabastrina, los cabellos de oro
coronados de flores,
con ropas que robaron sus colores
a la primera luz de la mañana,
con cítaras de etérea melodía,
que arroba en dulce rapto el alma humana...»
ISIDORA —Jesús! ¡Qué altisonante algarabía!
Amigo mío, en lengua castellana,
ésa se llama entrada de pavana.
¿No ves que tus poéticos primores
son estrujadas flores
de que cualquiera nene
en este siglo innovador se mofa?
Apostaré que en la siguiente estrofa
vas a beber las aguas de Hipocrene.
Guía, por Dios, tu vacilante paso
lo más lejos que puedas del Parnaso.
POETA —Eso yo lo sabré, sin que lo mandes.
Mas, si te place, hagamos una cosa.
Dame un asunto tú, no de los grandes
que pidan alto ingenio, estilo fuerte,
inspiración fogosa,
sino sencillo, fácil, en que acierte,
no a idealizar angélica armonía
(eso a tu voz divina sólo es dado),
no a contentar tu gusto delicado,
a que dan cuatro idiomas alimento
(¿cupiera en mí tan alto pensamiento?),
sino a probar lo que conmigo vales;
pues dócil a tu imperio soberano,
tomo otra vez con atrevida mano
la lira, que en las ramas funerales
de sauces lloradores, monumento
de una temprana tumba, colgué un día .
Juré que nunca más la tocaría;
quebrantaré por ti mi juramento.
En suma, sólo pido
que tú me des el tema.
ISIDORA —Concedido.
POETA —¿Cuál es?
ISIDORA —Amor.
POETA —¡Jesús!
ISIDORA —¿Qué es lo que temes?
¿Pido yo por ventura que en las aras
del ciego dios, profano incienso quemes?
¿Pido que a lo Petrarca o lo Macías
le entones quejumbrosas elegías?
Comprendo bien que ajeno lo estimaras
de ti y de mí; mas dime, ¿qué tendría
la propuesta materia
de impropia ni de ingrata
para la cosquillosa fantasía
de la más zahareña mojigata
que allí vertida viese alguna seria
máxima de moral filosofía?
POETA —¿Conque un sermón en verso? ¡Linda cosa
por cierto para el álbum de una hermosa!
ISIDORA —Sai che lá corre il mondo, ove piú versi
di sue dolcezze il lusinghier Parnaso
e che’l vero condito in molli versi
i piú schivi, allettando, ha persüaso.
POETA —¡Basta! Me rindo al Tasso;
me rindo a ti. Permite solamente
que hurtada inspiración mi verso aliente.
(El poeta traduciendo del italiano)