Andrés Bello

El Diez Y Ocho De Setiembre

          IDiez y ocho de Setiembre, hermosa fiesta

     de Chile, alegre día,
que nos viste lanzar el grave yugo
     de antigua tiranía;
 
Cánticos te celebren de victoria,
     que blanda el aura lleve
desde la verde playa hasta las cumbres
     coronadas de nieve.
 
Desde el desierto en que animal ni planta
     viven, y sólo suena
la voz del viento, que silbando empuja
     vastas olas de arena,
 
Hasta donde la espuma austral tachonan
     islas mil, de la dura
humana ley exentas, paraísos
     de virginal verdura,
 
El Diez y ocho se cante de Setiembre;
     y en la choza pajiza,
en el taller, en la estucada sala
     que la seda tapiza;
 
A su loor alborozados himnos
     canora fama siembre,
y bulliciosos ecos le respondan:
     Diez y ocho de Setiembre.

          IICual águila caudal, no bien la pluma

     juvenil ha vestido,
sufre impaciente la prisión estrecha
     de su materno nido,
 
Y dócil al instinto vagoroso
     que a elevarse atrevida
sobre la tierra, y a explorar los reinos
     etéreos la convida,
 
Las inexpertas alas mueve inquieta,
     y enderezada al cielo
la vista, al fin se lanza, y ya por golfos
     de luz remonta el vuelo;
 
Así el pecho sentiste, patria mía,
     latir con denodados
bríos de libertad, y te arrojaste
     a más brillantes hados;
 
Así el día inmortal, de que hoy tus hijos
     bendicen la memoria,
intrépida te vio, sublime, altiva,
     campos buscar de gloria.

          III«No más, dijiste, un generoso pueblo

     dormite en ocio muelle;
ser libre jure; y con su sangre el voto,
     si es necesario, selle,
 
»Bramarán los tiranos; guerra y luto
     decretarán traeros,
y convertir en servidumbre eterna
     los recobrados fueros.
 
»Pero ¿cuándo en las lides la victoria
     no ha coronado al fuerte,
que a la ignominia de servil cadena
     antepuso la muerte?
 
»Que si al tirano alguna vez sonríe
     la fortuna indecisa,
múdase presto en afrentoso escarnio
     la halagüeña sonrisa;
 
»Y semejante al pueblo poderoso
     que sojuzgó la tierra,
perdió la libertad muchas batallas,
     pero ninguna guerra».
 
Dijiste, y el sagrado juramento
     en simultáneo grito
sonó, y en los chilenos corazones
     fue para siempre escrito.

          IV  ¡Día feliz! Cuando asomó la aurora

     sobre la agigantada
cabeza de los Andes, y la diuca
     te cantó la alborada;
 
Dime, ¿qué nuevas hojas en el libro
     que de pueblos y gentes
contiene en caracteres inefables,
     destinos diferentes;
 
¿Qué nuevas hojas desvolvió la mano
     eterna?¿Qué guardadas
eras del porvenir chileno, abrieron
     sus páginas doradas?
 
¿Qué nobles hechos de alentado arrojo,
     o de valor sereno,
de patrio amor y de virtud constante,
     llevabas en tu seno?
 
Los innatos derechos proclamados,
     del hombre; la española
corona hollada, y concedido el cetro
     a la ley santa sola;
De dos pueblos nacientes, ya en el brío
     y en la esperanza grandes,
al choque impetüoso quebrantada
     la valla de los Andes;
 
Los campales trofeos, que decoran
     allá el monte, acá el llano,
y los que, hendido de chilenas quillas,
     vio absorto el océano,
 
Y los que, cuando nada en Chile resta
     que no ceda y sucumba,
dos veces vindicaron de los Incas
     la profanada tumba;
 
Tales ejemplos de valor tu seno
     fecundo contenía,
¡Diez y ocho de Setiembre, memorable
     y bienhadado día!
 
Como la colosal futura palma
     tierno germen oculta,
que será de los campos ornamento
     cuando descuelle adulta,
 
Y contrastar sabrá de procelosos
     huracanes la guerra,
y dará fruto sazonado, y sombra
     tutelar a la tierra.

          VCrece así tú, ¡querida patria! crece,

     y tu cabeza altiva
levanta, ornada de laurel guerrero,
     y fructüosa oliva.
 
Y florezca a tu sombra la fe santa
     de tus padres; y eterna
la libertad prospere; y se afance
     la dulce paz fraterna;
 
Y en tu salud y bienestar y gloria,
     con la mente y la mano,
trabajen a porfía el rico, el pobre,
     el joven, el anciano;
 
El que con el arado te alimenta,
     o tus leyes explana,
o en el sendero de las ciencias guía
     tu juventud lozana,
 
O con las armas en la lid sangrienta
     defiende tus hogares,
o al infinito Ser devoto incienso
     ofrece en tus altares.

          VI  Pero del rumbo en que te engolfas mira

     los aleves bajíos,
que infaman los despojos miserables
     ¡ay! de tantos navíos.
 
Aquella que de lejos verde orilla
     a la vista parece,
es edificio aéreo de celajes,
     que un soplo desvanece.
 
Oye el bramido de alterados vientos
     y de la mar, que un blanco
monte levanta de rizada espuma
     sobre el oculto banco;
 
Y de las naves, las amigas naves,
     que soltaron a una
contigo al viento las flamantes velas,
     contempla la fortuna.
 
¿Las ves, arrebatadas de las olas,
     al caso extremo y triste
apercibirse ya?... Tú misma, cerca
     de zozobrar te viste.

          VIIA tus consejos, a tu pueblo, sabia

     moderación presida;
y a la insidiosa furia, cuyo aliento
     emponzoña la vida,
 
Que de la libertad bajo el augusto
     velo esconde su fea
lívida forma, y el puñal sangriento,
     y la prendida tea,
 
No confundas, incauta, con la virgen
     hermosa, pudibunda,
a quien el iris viste, a quien la frente
     fúlgida luz circunda;
 
Nodriza del ingenio y de las artes,
     de la justicia hermana,
que fecunda y alegra y ennoblece
     la sociedad humana.
 
Así florecerás, patria querida:
     tus timbres venideros
así responderán a los ensayos
     de tu virtud primeros.
 
Y, del héroe a quien dio del Santa undoso
     la enrojecida orilla
eterno lauro, el héroe que hoy ensalzas
     a la suprema silla,
 
Pasando el grave cargo, en glorosa
     serie, de mano en mano,
madre serás de gentes, que tu suelo,
     antes fecundo en vano,
 
Densas habitarán, libres, felices;
     y con más alegría
cantarán cada nuevo aniversario
     de este solemne día.

Poesías. Chile (1829-1865)

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