Epigrama me titulo;
no soy enigma, ni quiero;
no me precio de difícil,
porque repugna a mi genio.
Tres partes iguales forman
mi todo, ni más ni menos;
y de dos en dos unidas,
hacen seis pares completos.
Es él un par de gallinas;
lo otro un divertido juego;
al otro el celeste Olimpo
le dio lugar en su seno.
Otro es cómplice inocente
del estrago carnicero
que al hombre más fuerte postra,
y alcanza al ave en su vuelo.
Otro en edades pasadas
fue defensivo ornamento
que el feudal barón llevaba
al combate y al torneo.
El otro, en fin, elegante,
estrafalario o modesto,
es gala del tocador
y atavío del enfermo.
Y con todo lo que digo,
soy un tirano hechicero,
un encanto indefinible,
un delicioso embeleso.
Me buscan ricos y pobres,
eclesiásticos y legos,
el que huelga, el que trabaja,
el estudiante, el zopenco.
Sólo (¡ay triste!) las hermosas
me miran con vilipendio,
si bien algunas conmigo
se solazan en secreto.
¡Oh! tú que contemplas
con ojo sereno,
hollado, insepulto,
mi frío esqueleto,
Llévale te pido
a su mausoleo
de metal dorado,
o de vidrio terso;
y por epitafio,
ponle este letrero,
en grata memoria
de dichas que fueron:
«¡Me dio el ser la tierra,
me da vida el fuego,
y entre vagos giros,
en el aire muero!»