Luz de la noche, testigo callada,
susurro eterno de un tiempo perdido,
brillabas dulce, con calma dorada,
sobre el sendero que nunca he olvidado.
Tu rostro pleno de plata y de encanto,
pintaba sueños en la piel del cielo,
mientras mi alma, en su pequeño manto,
tejía amores con febril desvelo.
Oh luna pura, de niña mirada,
fuiste promesa de la eternidad;
mas hoy tu fulgor, aunque no menguada,
me habla de un eco de fragilidad.
Eterna musa de infante memoria,
guarda en tu albura mi fugaz historia.