Aparecio, solo, en la manana,
mirandome desde el borde del cesto,
tan arrugado, tan sin su hermana,
tan resignado a un destino funesto.
¿Donde esta ella?", me pregunto mudo,
con su lanita temblando en la pena.
Y yo, culpable, lo mire con sudor
pues lave sin pensar, ¡que condena!
No hay consuelo para un calcetin
que perdio a su par entre el remolino.
Es como perder el otro jazmin
de un ramo que ya no huele a camino.
Lo intente con otros, lo confieso:
medias verdes, de lunares, de encaje...
Pero el sabia, bajo cada peso,
que no hay remplazo para ese traje.
Ahora duerme en un rincon doblado,
como esperando un milagro textil.
Y yo tambien, con el pecho arrugado,
por mi calcetin viudo y sutil.