¿Y si regresamos al sol para quemarnos?
Como lo hicimos aquel lejano verano, en donde todo era posible y no había otra luna que la que se sumergía en el vino y en los ojos de una noche que reposaba quieta en la copa de los árboles (para hacerlos incendiar, para hacernos incendiar).
¿Y si nos volvemos jóvenes de nuevo?
Y nadamos en el mar desnudos, y nos revolcamos de arena, dejamos que la espuma nos quite las arrugas, nos exfolien los peces del tiempo, sumergiéndonos en las aguas frescas de los océanos infinitos que guardan secretos, y se los llevan al fondo (así es como se creó la vida).
¿Qué tal si, por sólo unos cinco malditos minutos, volvemos al lugar en el que más fuimos felices?
Y regresamos al verde del ocaso, los ocasos que no parecían terminar, pero terminaban siempre para traer algo mejor. Las estrellas que no se apagaban, y las palomas, las flores, la brisa de verano, la lluvia de invierno. Regresamos a donde pertenece nuestra alma (cuando llega la muerte, dicen, el alma regresa y se queda en donde mejor se sintió).
¿Por qué tuvimos que avanzar?
Caminar, caminar, lento o despacio, pero avanzamos, y todo dejamos detrás.
Víctor Daniel López
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