Remington

Siete noches

PRIMERA NOCHE
 
Días de octubre antes te trajeron
los ocho signos de su primera boca.
Fuera de sí palpitan todavía
(leve el corazón, leves los labios)
por esa voz oculta. La memoria
es un estanque lejano y arduo.
 
Pero tu nombre queda,
única luz que entre la sombra descendía,
y aquel recuerdo: cómo bebían
tus labios en mitad de aquella noche,
de amor entero, las perlas blancas.
 
SEGUNDA NOCHE
 
Fuera, la lluvia ardía.
Dentro, el sol trocaba
blancos en amarillos
rojos que parpadeaban
bajo la estela simple del deseo.
¿Y cuál de ellos engendró la noche?
 
Otawa: no lo supiste,
piragua que fatigaste
en penetrar manglares infinitos
tu cuerpo entero, tus fuerzas todas: arde.
 
TERCERA NOCHE
 
Arriba se insinuaban las estrellas
—no es raro que tu nombre las despierte—
y yo miraba sobre tu espalda siempre–
vivas contra el cielo acostumbradas.
 
Humedeció el amor tu antiguo nombre,
no salgas, ya es de noche, me decías:
no salgas—las piernas tibias—
y ese calor nació, creció por donde
(ajeno a las costumbres de lo que arde)
la blanca vela de mi amor crecía.
 
CUARTA NOCHE
 
Era la casa sola;
el numeroso lecho acometido
de ardientes veces, de ciertas claras
horas bajo el astro prometido
a lo eternal, un lecho triste, un agua helada.
¿Y aquí nadó, anoche, lo profundo?
 
Vuelve, vientre, del viento,
dulce copa del agua
a coronar tus labios infinitos
(cual infinitos son la sed y el agua)
con estos pobres besos de mi boca.
 
QUINTA NOCHE
 
Sobre la mesa: viandas,
bajo la mesa nada,
antiguo pez, el apetito diferente.
Volaban ya las ocho por tu frente,
dejaban ya los pájaros el aire
de tan ardiente.
 
Zumos del deseo,
aletargados zumos de la sangre
nos dieron de beber ¿qué cosa?
Vinieron a encender la húmeda rosa.
 
SEXTA NOCHE
 
Es una alcoba negra y desastrosa
la noche y sus contadas averías
vanse a buscar la luz del blanco día
pues arduo fue el dominio de las sombras.
 
Arduo fue mantenerse en lo callado,
largo fue ese callar de lo venido,
luego de tanto y tanto amor cumplido
nada cayó en su sitio, ni la aurora
movió a lo negro, mira:
somos las dos estrellas que aún titilan.
 
SÉPTIMA NOCHE
 
Aún sobre las camas de la noche
y en perfecta conjunción de estrellas
vimos acontecer, a la mañana,
al mundo y su espectáculo uniforme.
 
Por fin los cuerpos todo lo bebieron:
la luz primera y todo lo alumbrado,
la sed secreta, deseos preclaros,
y el agua que corría allá en el fondo.
 
Lenta, en la penumbra ciega,
menos incierta si más amada,
la clara nota de tu voz destierra
la amable oscuridad que nos guardaba.

Publicado originalmente en Revista Monolito, 2019 (fragmento) y en Revista De Sur a Sur, 2020 (íntegro)

https://revistaliterariamonolito.com/poemas-de-gerardo-reyes-vaca/
https://www.desurasurediciones.com/de-sur-a-sur-revista-de-poesia-y-artes-literarias/revista-de-sur-a-sur-en-pdf/n%C2%BA11-noviembre-2020/

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