Cuando llega el invierno
Todos tropezamos con las hojas ya difuntas del otoño
Con las rocas húmedas de la tormenta habitual
Y cada una de ellas,
Se parece a tus palabras
De lamento
Lamento acordonado y magnético
Pegado a la nostalgia
Suplicada en el cielo.
Rezos como dagas en las costillas de san Sebastián
Entran a mi carne
Sangro como nunca
Las heridas de mi conciencia.
Me desangro hasta caer
Del podio adolorido de la vida
Y me quedo quieto
En el centro del charco alcalino de mi existencia,
Del líquido acalorado que palpitó en mi corazón.