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Cuando he de amanecer en tu cascada
de cosas con palabras
o he de desnudar tu hombro sobre mis raíces,
cuando se me dará la patria de tu lenguaje
a poblar mi ser de verbos y estaciones.
Cuando tu cabellera arderá en medallas
y collares de silencio
y se desparramará la vela
y el incienso del Hannan por sobre el cabello marino?
¿Si ya te conozco: pez marino
alga de trémula voz que imitas cuando
vas descalzo sobre el reino del polvo,
ángel de leche
que vas enérgico sobre la ola de tu dedo.
Si ya tu ráfaga de mediodías
colmó mi piedra madura de ceja y me devolvió
mi partitura de yema digital.
¿Si ya te sudé con pestañas y colmenas?
¿Dime, cuándo va el signo del mar
a lanzar ballenas de letras a un mar olvidado,
o el agua a defenderme de una columna rota,
si es imposible con tu altura
precisar mi sueño de perfil en tu frente madura.
Si allá cuando la brisa te devuelva la voz
y a mí el cuadro
y la poesía
y la dialéctica del día.
Tienes verdes los ojos, sueñas con días más felices
o es tu vida acaso ya un ser frágil?
¡pues sonríe! ¡súbita diadema de cóndor
enredada en tu cabello: ilumina el cielo ciego
de Quito: si al besarte yo, nuevamente,
me castigo diurno de peldaños diurnos,
si ya de ti me escucha un eco!
No te conozco, pero afirmaría
que en mi otra vida ya pronuncié tu nombre:
y con esa serenidad grave de paloma
afirmo
que quizá ese día nos lanzamos al recuerdo
y a las lentas gaviotas de la playa
que se adelgazan con mis palabras: allá
en el borde hay una espuma indecisa
que se va alargando en mis sueños constantes.