Isaac Freire

Crisálido

...
de las cosas que se abren
—como huesos u hombres—
tú sabes (de mis entradas de delicia
y de mis conjugaciones dispersas en la sed)
 
cuando era yo aún un narciso de tibias cuerdas
de planos transparentes de la rosa masculina
supe ya como aliviar mi vida
 
—¡poesía, calma el ojo del llanto!—
 
después sentí abrirse una mano humana y una pestaña
hundirse en la columna vertebral de tu carne
—espacio hendido lleno de palomas nórdicas—
y sentí el tesoro permanente de la oz submarina.
 
Te busqué con mi breve lámpara
y mi diadema perfecta por sobre los abismos y la niebla
—estaba, (¡estoy!) con mi carne encendida
(solo un breve insecto decide posarse en mi pecho
buscando el caramelo)
pero tú estás detrás de la espalda del mundo
con tu lunar mojado, estás ardiendo inasiblemente
dejando mi mano en la posición más lenta
de camino a tu beso
¡larga sombra de tortuga añejada por el asfalto!
 
Hallé, por fin, tu estatua de página,
y rompiste mis aguas olorosas y en la hondura de la calle
me vestí de nuevo;
encontré tu caja de estrellas recién cortadas.
Descubrí en tu pequeña pupila un escombro pétreo
y anda por ahí mi nacimiento
—r o d a n d o   p o r   l a t i e r r a—
descubrí queriendo con querer muchachos
y en ellos breves nacimientos de liquen–
(breves bocas de capulí (¡armas hechas para un solo acto!)
 
Deja que te escriba
en este fondo seco de alas finísimas y estáticas;
deja sentirte en mi fondo infinito de aspas y venados
—voy hacia ti (o es hacía mí)
como un roedor maléfico de sangre y amor
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