Vienes por fin a mí, tal como eras, con tu emoción antigua y tu rosa intacta, Lázaro rezagado, ajeno al fuego de la espera, olvidado de desintegrarse, mientras se hacía polvo, ceniza, lo demás.
Vuelves a mí, entero y sin jadeos, con tu gran sueño inmune al frío de la tumba, cuando ya Martha y María, cansadas de esperar milagros y deshojar crepúsculos, bajan en silencio lentamente la cuesta de todas las Bethanias.
Vienes; sin contar con más esperanza que tu propia esperanza ni más milagro que tu propio milagro. Impaciente y seguro de encontrarme uncida todavía al último beso.
Vienes todo de flor y luna nueva presto a envolverme en tus mareas contenidas, en tus nubes revueltas, en tus fragancias turbadoras que voy reconociendo una por una…
Vienes siempre tú mismo, a salvo del tiempo y la distancia, a salvo del silencio: y me traes como regalo de bodas, el ya paladeado secreto de la muerte.
Pero he aquí que como novia que vuelvo a ser, no sé si alegrarme o llorar por tu regreso, por el don sobrecogedor que me haces y hasta por la felicidad que se me vuelca de golpe. No sé si es tarde o pronto para ser feliz. De veras no sé; no recuerdo ya el color de tus ojos.
Alfredo Jiménez G.
9aEl Lázaro de Bethania que se nos presenta en el Evangelio de San Juan (el más literariamente logrado de los cuatro cacónicos) es muy difuso. Contamos con un Lázaro más detallado en la novela "Barrabás" de Pär Lagerkvist, donde asistimos a una reveladora conversación entre el reo indultado de la cruz y el muerto regresado a la vida; Barrabás inquiere a Lázaro sobre lo que sintió al estar muerto y éste le responde con lujo de detalles... Quien no la haya leído no se la puede perder, la disfrutarán mucho "palabra de Poeta Muerto". El presente poema, nada tiene qué ver con las dos versiones anteriores, es en realidad una bella metáfora del amado que regresa tras larga ausencia injustificada a tomar posesión de lo que, según él, no ha dejado de pertenecerle. Retorna Lázaro de la fría tumba, casi intacto a pesar de los años transcurridos, con todo su poderío de seductora persuación. Sabedor de las debilidades de su amada, confiado en la fidelidad de ella por su persistencia en la soledad que él confunde con espera sumisa, Regresa sin el menor asomo de remordimiento, no se disfraza como Ulises en Ítaca, llega investido de toda su gloria y majestad varonil. Pero se encuentra con una Penélope en la versión de Serrat, un tanto más verosímil que la original de Homero. Simplemente me pongo de pie ante el hermoso poema de Dulce María Loynaz, me deja la grata impresión de que "son los muertos los que deben enterrar a sus muertos".