En la lluviosa tarde del otoño vamos al cementerio por el camino de los sauces.
El viento hace volar las verdes cabelleras de los árboles, que a cada sacudida dejan ver la blancura del muro cortando con su tajo el horizonte.
Qué viento tan crudo el de este otoño; qué olor el de la tierra donde llovió toda la noche, el de las piedras húmedas y los jazmines dormidos...
Los muertos deben tener frío...
Pero yo tengo la primavera. ¡Todas las primaveras del mundo en este calorcito de tu mano en mi mano!