Un tejedor tenía
de poca edad dos niños inocentes
con los cuales dormía,
por ser tan corto en bienes de fortuna
que no había más cama ni más cuna.
Una noche de frío
se arrimó a la parienta su pariente
por gozar del estío,
pues a todo casado se permite
que cuando tenga frío se lo quite.
Empieza la tarea,
y tan a pecho tómala y tal brinca
y tal se bambolea,
que, al sacudir los pies el burro en celo,
da con los chiquitines en el suelo.
La madre, que lo nota,
de la cama se tira, aunque rendida
de volver la pelota,
y al levantar sus hijos adorados,
los encuentra a los dos descalabrados.
Póneles balsamina
y a la cama los vuelve cariñosa,
cada cual a su esquina,
diciéndoles que aquello ha sucedido
porque estaba su padre algo bebido.
Antes que amaneciera
sintió el amigo gana de más coles,
y la tal curandera
se entregó a los placeres reiterados,
sin echar cuenta en los descalabrados.
El niño mayorcito,
que notó de la cama el movimiento,
dijo al otro, quedito:
—¡Agárrate al colchón pronto, muchacho,
mira que vuelve padre a estar borracho!