Félix María de Samaniego

El ciervo y los bueyes

Fábula

Con inminente riesgo de la vida
 
un ciervo se escapó de la batida,
 
y en la quinta cercana de repente
 
se metió en el establo incautamente.
 
Dícele un buey: «¿Ignoras, desdichado,
 
que aquí viven los hombres? ¡Ah cuitado!
 
Detente, y hallarás tanto reposo,
 
como perdiz en boca de raposo.»
 
El ciervo respondió: «Pero, no obstante,
 
dejadme descansar algún instante,
 
y en la ocasión primera
 
al bosque espeso emprendo mi carrera.»
 
Oculto en el ramaje permanece.
 
A la noche el boyero se aparece,
 
al ganado reparte el alimento,
 
nada divisa, sálese al momento.
 
El mayoral y los criados entran,
 
y tampoco lo encuentran.
 
Libre de aquel apuro,
 
el ciervo se contaba por seguro;
 
pero el buey, más anciano,
 
le dice: ¿Qué?, ¿te alegras tan temprano?
 
Si el amo llega lo perdiste todo;
 
yo le llamo Cien—ojos por apodo;
 
mas chitón, que ya viene.»
 
Entra Cien—ojos, todo lo previene;
 
a los rústicos dice: «No hay consuelo;
 
las colleras tiradas por el suelo,
 
limpió el pesebre, pero muy de paso;
 
el ramaje muy seco y más escaso:
 
Seor mayoral, ¿es éste buen gobierno?»
 
En esto mira al enramado cuerno
 
del triste ciervo; grita; acuden todos
 
contra el pobre animal de varios modos,
 
y a la rústica usanza
 
se celebró la fiesta de matanza.
 
Esto quiere decir que el amo bueno
 
no se debe fiar del ojo ajeno.
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