Ves esa esquina ruda,
forjada en el acero, terminante,
recto el ángulo que la imaginación completa,
que el espanto reduce al homicidio.
Piensas:
“Si la vida me exige tanta vida,
si he de ser este pecho que sus nidos prepara,
¿por qué se desgarra el firmamento,
la música celeste,
la armonía continua de los astros?
¿Por qué la voluntad me suena a sangre?”
Te lamentas incluso
de la herida tan honda de tu alma
que nunca imaginó sufrirse tanto,
llamarse por encima de la noche,
y aún sólo miras
la esquina terminante, ruda y tuya.
No la agravies sin más,
cierra los ojos,
ríndete finalmente a la condena:
camina y dobla.
Está en ti caminar hasta la muerte
aunque la muerte aguarde al otro lado
tremenda, inaplazable,
fría,
ya.
Camina y dobla.
Aprende
que al otro lado de este instante seco,
miedo o filo,
no hay herida mayor que tu futuro.
Llamarse por encima de la noche
es el destino humano.
No te defraudes nunca.