Gabriela Mistral
Y después de tener perdida
lo mismo que un pomar la vida,
—hecho ceniza, sin cuajar—,
me han dado esta montaña mágica,
y un río y unas tardes trágicas
como Cristo, con que sangrar.
 
  Los niños cubren mis rodillas;
mirándoles a las mejillas;
ahora no rompo a sollozar,
que en mi sueño más deleitoso
yo doy el pecho a un hijo hermoso
           sin dudar...
 
  Estoy como el que fuera dueño
de toda tierra y todo en sueño
           y toda miel;
¡y en estas dos manos mendigas
no he oprimido ni las amigas
           sienes de él!
 
  De sol a sol voy por las rutas,
y en el regazo olor a frutas
se me acomoda el recental:
tanto trascienden mis abiertas
entrañas a grutas, y a huertas,
y a cuenco tibio de panal!
 
  Soy la ladera y soy la viña
y la salvias, y el agua niña:
¡todo el azul, todo el candor!
Porque en sus hierbas me apaciento
mi Dios me guarda de sus vientos
como a los linos en la flor.
 
  Vendrá la nieve cualquier día;
me entregaré a su joya fría,
(fuera otra cosa rebelión).
Y en un silencio de amor sumo,
oprimiendo su duro grumo
me irá vaciando el corazón!
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