Gabriela Mistral

Motivos de la pasión

I.- LOS OLIVOS

Cuando el tumulto se alejó, desapareció en la noche, los olivos hablaron: –Nosotros le vimos penetrar en el Huerto.

—Yo recogí una rama para no rozarlo.

—Yo la incliné para que me tocara.

—¡Todos le miramos, con una sola y estremecida mirada!

—Cuando habló a los discípulos, yo el más próximo, conocí toda la dulzura de la voz humana. Corrió por mi tronco su acento como un hilo de miel...

—Nosotros enlazamos apretándolos los follajes, cuando bajaba el Ángel con el cáliz, para que no lo bebiera.

—Y cuando lo apuró, la amargura de su labio traspasó los follajes y subió hasta lo alto de las copas. ¡Ningún ave nos quebrará más la hoja amarga, ahora más amarga que el laurel!

—En su sudor de sangre bebieron nuestras raíces. ¡¡Todas han bebido!!

—Yo dejé caer una hoja sobre el rostro de Pedro, que dormía. Apenas se estremeció. Desde entonces sé ¡oh, hermanos!, que los hombres no aman, que hasta cuando quieren amar no aman bien.

—Cuando le besó Judas, veló Él la luna, por que nosotros, ¡árboles!, no viéramos el beso de un hombre.

—Pero mi rama lo vio, y está quemada sobre mi tronco con vergüenza.

—¡Ninguno de nosotros hubiera querido tener alma en ese instante!

—Nunca le vimos antes; sólo los lirios de las colinas lo miraron pasar. ¿Por qué no sombreó ninguna siesta junto a nosotros?

—Si le hubiéramos visto alguna vez, ahora también quisiéramos morir.

—¿Dónde ha ido? ¿Dónde está a estas horas?

—Un soldado dijo que lo crucificarían mañana sobre el monte.

—Tal vez nos mire en su agonía, cuando ya se doble su cabeza; tal vez busque el valle donde amó y en su mirada inmensa nos abarque.

—Quizás lleve muchas heridas; acaso se halla a estas horas como uno de nosotros vestido de heridas.

—Mañana le bajarán al valle para sepultarle.

—¡Que descienda todo el aceite de nuestros frutos, que las raíces lleven un río de aceite bajo la tierra, hasta sus heridas!

—Amanece. ¡Han emblanquecido todos nuestros follajes!

II.- EL BESO

La noche del Huerto, Judas durmió unos momentos y soñó, soñó con Jesús, porque sólo se sueña con los que se ama o con los que se mata.

Y Jesús le dijo:

—¿Por qué me besaste? Pudiste señalarme clavándome con tu espada. Mi sangre estaba pronta, como una copa, para tus labios; mi corazón no rehusaba morir. Yo esperaba que asomara tu rostro entre las ramas.

¿Por qué me besaste? La madre no querrá besar a su hijo, porque tú lo has hecho, y todo lo que se besa por amor en la tierra, los follajes y los soles, rehusarán la caricia ensombrecida. ¿Cómo podré borrar tu beso de la luz, para que no se empañen o caigan los lirios de esta primavera? ¡He aquí que has pecado contra la confianza del mundo!

¿Por qué me besaste? Ya los que mataron con garfios y cuchillas se lavaron: ya son puros.

¿Cómo vivirás ahora? Porque el árbol muda la corteza con llagas; pero tú, para dar otro beso, no tendrás otros labios, y si besases a tu madre encanecerá a tu contacto, como blanquearon de estupor al comprender los olivos que te miraron.

Judas, Judas, ¿quién te enseñó ese beso?

—La prostituta, respondió ahogadamente, y sus miembros se anegaban en un sudor que era también de sangre, y mordía su boca para desprendérsela, como el árbol su corteza gangrenada.

Y sobre la calavera de Judas, los labios quedaron, perduraron sin caer, entreabiertos, prolongando el beso. Una piedra echó su madre sobre ellos para juntarlos; el gusano los mordió para desgranarlos; la lluvia los empapó en vano para podrirlos. Besan, ¡siguen besando aún bajo la tierra!

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