Una noche lechosa de junio,
plenilunio,
nuestros ojos miraban a una
a la luna
con lánguido afán;
se mezclaron allí a nuestros o jas
los despojos
de otros ojos que antaño perdidos,
derretidos,
sintieron su imán.
Era el lívido espejo del cielo
—nuestro duelo—
porvenir y pasado, nos vimos
como fuimos
como hemos de ser,
la pareja en el mundo perdida
y que anida
en– el hoy y el ayer y el mañana
caravana
del tiempo al correr. ..
Nuestros pechos, al fin soñadores,,
los amores
de la eterna pareja infinita
en la cita
del único amor
recojieron. sintiendo la gota
de que brota
y a que vuelve otra ve2 el océano,
soberano
que nutre al Señor.
«¡Cuántos sernos!» Entonces sentimos,
los racimos
de estrellas, mirando el cortejo
del espejo
de noche fugaz
y rodando en el cielo cual ola,
una sola,
de la eterna infinita marea
que re-crea
su trágico haz.