Ya que por mi biografía
sabes de cierto quien soy,
justo es que te mande hoy,
hecho a pluma, con la mía,
Mi retrato exacto y fiel,
pues no he de hacerme favor:
nada mejor ni peor
de lo que soy pondré en él.
Nunca pinté ni una mona,
y, por lo tanto, no sé
cómo me las compondré
para pintar mi persona.
Como no tengo belleza
que con raras perfecciones
se preste a comparaciones
de varia naturaleza,
Donde mi numen poético
algo pudiera lucir,
no sé cómo describir
mi físico nada estético.
Cantando a sus Dulcineas,
vates de triste figura
bien retratan su hermosura,
pues no aman nunca a las feas;
Y dicen a sus hermosas,
que son de todos metales;
que sus labios son corales,
sus ojos piedras preciosas,
Sus dientes de finas perlas,
y de cabellos de oro:
dueñas son de gran tesoro,
y es natural el quererlas.
Yo no me vi en ese espejo,
pues del Padre celestial
no obtuve tesoro tal,
sino huesos y pellejos;
Por lo cual no hay quien me cante;
y por darte mi retrato,
solita paso el mal rato
para salir adelante.
¿Por donde habré de empezar?
¿Mi estatura? no es enana;
soy delgada, y muestro ufana
cierta elegancia al andar.
El color de mi semblante
clarito aunque no de nieve,
y un sonrosadito leve;
la tez, fina como un guante.
Pequeñas son mis orejas,
y gozo en verlas tan monas;
que he visto a algunas personas
que las tienen como tejas.
De grande no tiene fama
mi boca, ni es muy pequeña,
y nunca fue pedigüeña;
y el que no llora, no mama.
Mi nariz no es un hechizo;
la hubiera querido griega,
pero quizás no me pega,
y Dios sabe lo que hizo.
Mis ojos chiquitos son;
mas de intensas miraditas,
ven las cosas muy claritas
donde no hay buena intención.
No es ancha, en verdad, mi frente;
mas debo decir, sin miedos,
que tengo más de dos dedos,
que no tiene mucha gente.
Mi cabello obscuro y fino,
en que cifré mi cuidado,
buen desengaño me ha dado:
¡tiene canas el indino!
Mi pie, pequeño, también
me suele dar malos ratos,
pues cuando busco zapatos
no hay uno que le esté bien.
¿Mi talle? No es presunción
si digo una cosa extraña:
dos vueltas sólo a una caña
le doy con mi cinturón.
Mis brazos, no los prefiero,
haciéndoles duros cargos;
que es mal que siendo tan largos
no alcancen adonde quiero.
La mano me es más simpática,
y acaso de ella presuma,
pues maneje aguja o pluma,
me parece aristocrática.
Y yo, en fin, de mi exterior
no sé qué más te diría.
Tu dirás si en armonía
está con el interior.
Hay quien pretende que sea
del alma espejo la cara:
la que yo tengo ¿declara
que yo tenga el alma fea?
Mas como en esta cuestión
no puedo ser juez y parte,
mi retrato al enviarte,
dejo a ti la solución.
Y en él, cuando yo esté en gloria,
quedará mi amistad fiel,
y me verás siempre en él,
pidiéndote una memoria.