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Maria Luisa Arenzana Magaña

HISTORIA DE UN LAZO

Érase una vez...

Érase una vez un pequeño lazo,
un lazo bien colocado
transparente, bien atado.
Adornaba una valla,
saludaba con su redondez
la visita efímera de los pájaros
y estiraba sus dos brazos
hacia la luna como tocando.
Con el tiempo, la inclemencia
lo fue dejando desnutrido, deslavado.
Estaba menos redondo
y sus brazos apenados
acababan abrazándose
a sí mismos.
Por la noche una estrella
asomada a tal escena
dejó caer su linterna,
una pregunta viajera
al viento, un yoyó.
¿Qué hace ese lazo
abrazado a sí mismo?
El viento de la noche
redobló la pregunta,
pero nadie respondió.
El viento llamó a un pájaro
que coreó la pregunta,
pero el lazo no cantó.
El viento bajó la estrella,
que con sumo cuidado,
la alumbró:
¿Qué haces, pequeño lazo,
tan transparente en tu quietud?
Pero el lazo desapareció
fundido en la larga sombra
del descuido.
El viento afín,
transparente como el lazo,
similar y certero,
se fue mimetizando
y levantando con furia
su compasión.
Con gráciles piruetas
se fueron enredando
y entre abrazo y desabrazo
el lazo levantó su redondez
y comenzó a mirar a cada lado
y a doblarse los pliegues de las manos
y a agitar sus largos brazos.
Ya colorado y desenredado
se dio cuenta,
que era libre de la valla.
Comenzaron a jugar
de libélulas y abejas
saludando a las nubes
de formas ajenas,
ni siquiera comprendía
su propio “transform-amando”.
Bailó con el viento un lento tango
y despegó de nuevo
hacia el espacio.
 
© Maria Luisa Arenzana Magaña
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