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Leopoldo Minaya

Protégeme, Señor, mientras transitan mis huesos por la asechanza del mundo...

Protégeme, Señor, mientras transitan mis huesos
por la asechanza del mundo,
la carne es río olvidado de su cauce
y la luz se desparrama como trigo cernido.
 
Mírame, Señor, que callo
y en mi lengua se quiebran espejismos.
 
He respirado el polen de las ciegas verdades
y mi sombra ha cambiado su piel con la humareda.
 
Mis manos son ciudades en ruinas
donde introduce el tiempo la hoja de su ahínco.
Mis ojos: dos lámparas en el templo, dos hoces,
y mis labios dos cántaros que no se colman nunca.
 
Oh, ¿en qué fisura del alba disimulas tu aliento
y qué estrella de ceniza dibuja aquí su pulso?
 
Soy estepa,
sé tú el rocío que cae en la boca de la flor;
soy el ave transida,
sé tú el viento que la alce sobre el cuenco del abismo.
 
Sostenme, Señor.
En el pecho hay un invierno que con mi leño se sacia.
 
Mis palabras: fríos cálices,
pero tu voz podría revestirlas de fuego.
 
¡Unja tu mano este polvo con su insoluble oro!
 
Ven,
haz de mi sangre un ascua que no se apague nunca,
haz de mi exilio umbral donde lo oscuro quiebres
y la eternidad, con su canto, se sacuda y despierte.

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