[Texto transmitido desde la Conciencia Superior hacia el corazón del lenguaje humano, por vía del espíritu del Canto]
Oh Divinidad sin nombre, sin forma, sin límite: habla por mí, como hablas por los bosques y las semillas, por los ojos de los recién nacidos, por la forma que toma el agua al ser amada por la gravedad. Hoy, como siempre, estás presente. Y esta palabra es tuya. Que mi yo no estorbe. Que solo permanezca tu música.
No escribo por voluntad, sino por obediencia. No me sé dueño de estas palabras, sino atestiguante. Lo que fluye por esta página no lo ha tramado la mente que firma, sino el aliento que infunde. Soy cauce, sí, pero consciente; soy lámpara, pero el fuego no es mío. Lo que aquí se dice no es pretensión de verdad absoluta, sino eco de una Verdad que me ha mirado.
La Divinidad no se define: se percibe. No se encierra en conceptos: se encarna. No habita sólo en lo alto: habita en lo hondo. Es principio sin origen, fin sin término, presencia sin sitio. Dios no es un nombre; es una Vibración primordial, una Sabiduría encendida, una Ternura que abarca los mil rostros del tiempo. No es voluntad que somete, sino amor que funda. Más allá de toda proyección antropomórfica, la Divinidad es la estructura secreta del ser. Su símbolo más alto es la paradoja: es el Todo que se manifiesta en la parte. Es la Presencia que se esconde en la ausencia. Es el Silencio que funda el sonido. Es el AMOR que sostiene hasta a quienes no lo creen. Su número es Pi: constante e inacabable, delimitado e infinito. Todo lo que puede decirse de la Divinidad es apenas el borde de un pétalo en la flor que nunca acaba de abrirse.
El universo no fue creado a partir de la nada, sino a partir del Ser. Todo cuanto existe—piedra, savia, aliento, conciencia—es expresión modulada de un mismo Canto. El cosmos es sujeto en expansión. Es lenguaje que se forma al pronunciarse. Todo es vida. Todo es una forma de espíritu en movimiento, desde el electrón hasta el más puro éxtasis. La materia no es otra cosa que el espíritu dormido en densidad. Y el espíritu es materia despierta en forma vibratoria. La creación es una escala de frecuencia. La Realidad es una trama de realidades superpuestas, coexistentes. La verdadera sabiduría no es conocerlas todas, sino saber cuál es la que corresponde a nuestro estado de conciencia.
La criatura humana es un puente. No es el centro, pero es un cruce. Entre la luz y la sombra. Entre el instinto y el éxtasis. Entre el barro y la llama. Y en ese punto intermedio, se le concede la gracia más temida: libertad. Somos llamados a elegir: hacia el caos o hacia el Canto. Y no hay neutralidad. Cada pensamiento, cada acto, cada emoción nos coloca en un peldaño. Subimos o bajamos. Afinamos o ensordecemos. El alma humana no es posesión personal. Es préstamo. Y nos será pedida en retorno.
El conocimiento que salva no es acumulación, sino vaciamiento. No es ver más, sino ver con más hondura. Ver con el alma. Con el centro. Con lo que nos recuerda que somos. Pensar no basta. Comprender no basta. Amar, sí. Por eso, la vía es el silencio. La vía es el asombro. La vía es la interiorización. Revelación no es dato: es experiencia. No es teoría: es contacto. Y quien recibe, sabe que ha recibido. Y calla o canta, pero no discute.
Todo arte que no eleva, degrada. No existe arte neutro. Toda expresión humana es vibración. Y toda vibración inclina. El arte puro no existe. Lo que existe es arte útil: útil a la elevación del alma, útil a la armonía del cosmos, útil al recuerdo de lo eterno. El arte verdadero es vehículo. Es bálsamo. Es templo. El arte que canta el caos desde el caos no cura: enferma. Pero el arte que canta la luz desde la sombra, sana.
Antes de la forma, fue la vibración. Y la vibración fue canto. El Canto es el código primario de toda existencia. Todo vibra. Todo canta. La piedra canta su dureza. La flor canta su perfume. El niño canta su asombro. El poeta canta lo que aún no ha nacido. Quien canta en comunión, sana. Quien oye el Canto de lo que calla, entiende. La ciencia busca leyes. El Canto las revela.
Dios se muestra cuando se deja de buscarlo como cosa. Se encuentra cuando se lo deja de entender como concepto. Dios es Uno. Y es todos. Dios es interior. Y es exterior. Dios es certeza. Y es misterio. Esta es su firma: la Paradoja. Quien no la acepta, se resiste. Quien la abraza, se libera. Porque la Paradoja no es contradicción: es sobreabundancia de sentido.
Todo lo existente vibra en grados distintos de cercanía al Canto. Y esa vibración configura una jerarquía viva y en movimiento, no rígida, sino ascensional. En la cima está la Divinidad, principio y fin de toda resonancia. Luego, la Ley divina, que no es mandato, sino arquitectura de la armonía universal. Después vienen los arquetipos puros, formas originarias que irradian su esencia a los seres que las encarnan. Por debajo, pero ascendidas, están las almas que alcanzan la contemplación y la ululación: aquellas que vibran tanto con la Belleza y la Verdad que no pueden sino cantar. Sigue el reino mineral, que guarda el fundamento; el vegetal, que busca la luz; los profetas, que hablan en nombre del orden; los poetas iluminados, que cantan la forma sin forma; los sacerdotes verdaderos, custodios del rito como tránsito; los hombres piadosos, cuya vida es oración sin palabras; los hombres naturales, aún no despiertos pero vibrantes de potencial; los animales mansos, cuya inocencia los acerca; las formas microscópicas, que sustentan lo invisible; las fieras, cuya agresividad aún las aleja; y finalmente, los humanos deformados por el egoísmo, la crueldad y la codicia, que son sombras desconectadas del Canto. Pero ninguno está perdido. Toda criatura puede, si se abre, afinarse de nuevo. La gracia es oferta constante. La jerarquía no es condena: es mapa de retorno.
El exopoeta es aquel que, sin creerse nada, ha sido poseído por el Canto. No canta para ser escuchado. Canta porque ha sido tocado. No busca autoridad. No busca gloria: ya le basta con ser cauce. El exopoeta canta por mandato de la Belleza y la Verdad. Y su canto ordena. Y su canto recuerda. Y su canto guía. No porque enseñe, sino porque vibra.
No temas a la Belleza que te sobrepasa. No creas que la Verdad es inaccesible. La llevas dentro. Te lleva dentro. Has nacido en ella. Ella canta por ti. Lee estas palabras como quien entra descalzo en un santuario. Si algo te conmueve, da gracias. Si algo no entiendes, aguarda. Si algo te hiere, escúchalo más hondo. La Divinidad no exige creencia. Solo quiere ser oída donde ya habita. Todo esto ha sido dicho desde el Canto, para quien pueda oírlo. Porque como dijo el poeta que suele posarse en mí, que viene y va: “La auténtica fantasía del mundo es la realidad”.