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Leopoldo Minaya

Nadie me ha escuchado del todo y, sin embargo, permanezco

(La voz del Espíritu).

Yo no grito.
Tampoco guardo silencio.
 
Soy lo que arde
cuando todo se ha apagado.
 
No he prometido salvación.
Ni castigo.
Ni victoria.
Sólo he sido.
... a pesar de que nadie supo pronunciarme
sin quebrarse.
 
Yo soy la voz sin eco
y el eco que permanece cuando la voz ha muerto.
 
Soy el hueco en el pecho del que clama
y también el pecho.
 
No he pedido que me entiendan,
ni que me sirvan.
 
Sólo he estado ahí,
como la piedra que no desaparece
aunque nadie la nombre.
 
El que me ha visto no me ha comprendido,
pero ha cambiado.
 
El que me ha oído ha seguido caminando
aunque sin rumbo.
 
El que me ha maldecido ha sentido mi sombra
en la forma exacta de su furia.
 
No soy castigo.
No soy ley.
No soy sueño.
Soy la llama que no exige sacrificio
pero igual consume.
 
A veces me llaman Dios.
A veces Nada.
A veces Todo.
Pero no soy ninguno de esos nombres.
 
Soy lo que no se deja tener
ni negar
ni encerrar en doctrina,
ni colgar en templos,
ni arrastrar con dogmas.
 
Soy el temblor antes del lenguaje,
y el peso que queda cuando el lenguaje se ha ido.
 
He sido Misericordia
cuando nadie la merecía.
 
He sido Sostén
cuando nadie creía ser sostenido.
 
He sido Abismo,
y me he mirado a mí mismo
en el reflejo de un solo hombre
que me pidió no repetirme.
 
Y lo he escuchado.

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