I
Oh Divinidad sin nombre,
sin forma,
sin límite:
habla por mí,
como hablas por los bosques y las semillas,
por los ojos de los recién nacidos,
por la forma que toma el agua
al ser amada por la gravedad.
Hoy, como siempre, estás presente.
Y esta palabra es tuya.
Que mi yo no estorbe.
Que solo permanezca tu música.
II
No escribo
por voluntad,
sino por obediencia.
No me sé dueño de estas palabras,
sino atestiguante.
Lo que fluye por esta página
no lo ha tramado la mente que firma,
sino el aliento que infunde.
Soy cauce, sí,
pero consciente;
soy lámpara, sí,
pero el fuego no es mío.
Lo que aquí se dice
no es pretensión
de verdad absoluta,
sino eco
de una Verdad
que me ha mirado.
III
La Divinidad no se define:
se percibe.
No se encierra en conceptos:
se encarna.
No habita sólo en lo alto:
habita en lo hondo.
Es principio sin origen,
fin sin término,
presencia sin sitio.
Dios no es un nombre;
es una Vibración primordial,
una Sabiduría encendida,
una Ternura que abarca
los mil rostros del tiempo.
No es voluntad que somete,
sino amor que funda.
Más allá de toda
proyección antropomórfica,
la Divinidad
es la estructura secreta del ser.
Su símbolo más alto
es la paradoja: el Todo
que se manifiesta en la parte,
la Presencia que se esconde
en la ausencia,
el Silencio
que funda el sonido,
el AMOR que sostiene
hasta a quienes no lo creen.
Su número es el Pi:
constante e inacabable,
delimitado e infinito.
Todo lo que puede decirse
de la Divinidad
es apenas el borde de un pétalo
en la flor
que nunca acaba de abrirse.
IV
El universo
no fue creado
a partir de la nada,
sino a partir del Ser.
Todo cuanto existe
—piedra, savia, aliento, conciencia—
es expresión modulada
de un mismo Canto.
El cosmos es sujeto en expansión.
Es lenguaje que se forma al pronunciarse.
Todo es vida.
Todo es una forma de espíritu en movimiento,
desde el electrón
hasta el más puro éxtasis.
La materia
no es otra cosa
que el espíritu dormido
en densidad.
Y el espíritu
es materia despierta
en forma vibratoria.
La creación
es una escala de frecuencia.
La Realidad es una trama
de realidades superpuestas,
coexistentes.
La verdadera sabiduría
no es conocerlas todas,
sino saber cuál es la que corresponde
a nuestro estado de conciencia.
V
La criatura humana
es un puente.
No es el centro,
pero es un cruce.
Entre la luz y la sombra.
Entre el instinto y el éxtasis.
Entre el barro y la llama.
Y en ese punto intermedio,
se le concede la gracia
más temida:
la libertad.
Somos llamados
a elegir:
hacia el caos
o hacia el Canto.
Y no hay neutralidad.
Cada pensamiento,
cada acto,
cada emoción
nos coloca en un peldaño.
Subimos o bajamos.
Afinamos
o ensordecemos.
El alma humana
no es posesión personal.
Es préstamo.
Y nos será pedida en retorno.
VI
El conocimiento que salva
no es acumulación,
sino vaciamiento.
No es ver más,
sino ver
con más hondura.
Ver con el alma.
Con el centro.
Con lo que nos recuerda que somos.
Pensar no basta.
Comprender no basta.
Amar, sí.
Por eso,
la vía es el silencio.
La vía es el asombro.
La vía es la interiorización.
Revelación no es dato:
es experiencia.
No es teoría:
es contacto.
Y quien recibe,
sabe que ha recibido.
Y calla o canta,
pero no discute.
VII
Todo arte que no eleva,
degrada.
No existe arte neutro.
Toda expresión humana
es vibración.
Y toda vibración
inclina.
El arte puro no existe,
sino en Dios.
Lo que existe entre nosotros
es arte útil:
útil
a la elevación del alma,
útil
a la armonía del cosmos,
útil
al recuerdo de lo eterno.
El arte verdadero
es vehículo.
Es bálsamo.
Es templo.
El arte que canta el caos desde el caos
no cura: enferma.
Pero el arte que canta la luz desde la sombra,
sana.
VIII
Antes de la forma,
fue la vibración.
Y la vibración
fue canto.
El Canto
es el código primario
de toda existencia.
Todo vibra.
Todo canta.
La piedra canta su dureza.
La flor canta su perfume.
El niño canta su asombro.
El poeta canta lo que aún no ha nacido.
Quien canta en comunión, sana.
Quien oye el Canto de lo que calla, entiende.
La ciencia busca leyes. El Canto las revela.
IX
Dios se muestra
cuando se deja de buscarlo como cosa.
Se encuentra
cuando se lo deja de entender como concepto.
Dios es Uno.
Y es todos.
Dios es interior.
Y es exterior.
Dios es certeza.
Y es misterio.
Esta es su firma: la Paradoja.
Quien no la acepta,
se resiste.
Quien la abraza,
se libera.
Porque la Paradoja
no es contradicción:
es
sobreabundancia de sentido.
X
Todo lo existente
vibra
en grados distintos
de cercanía al Canto.
Y esa vibración
configura
una jerarquía
viva y en movimiento,
no rígida,
sino ascensional.
En la cima
está la Divinidad,
principio y fin
de toda resonancia.
Luego,
la Ley divina,
que no es mandato,
sino arquitectura
de la armonía universal.
Después vienen
los arquetipos puros,
formas originarias
que irradian su esencia
a los seres que las encarnan.
Por debajo, pero ascendidas,
están las almas
que alcanzan la contemplación
y la ululación:
aquellas que vibran tanto
con la Belleza y la Verdad
que no pueden sino cantar.
Sigue el reino mineral,
que guarda el fundamento;
el vegetal,
que busca la luz;
los profetas,
que hablan en nombre del orden;
los poetas iluminados,
que cantan la forma sin forma;
los sacerdotes verdaderos,
custodios del rito como tránsito;
los hombres piadosos,
cuya vida es oración sin palabras;
los hombres naturales,
aún no despiertos pero vibrantes de potencial;
los animales mansos,
cuya inocencia los acerca;
las formas microscópicas,
que sustentan lo invisible;
las fieras,
cuya agresividad aún las aleja;
y finalmente,
los humanos deformados por el egoísmo,
la crueldad y la codicia,
y el desmesurado deseo de Poder,
que son sombras desconectadas del Canto.
Pero ninguno está perdido.
Toda criatura puede,
si se abre,
afinarse de nuevo.
La gracia es oferta constante.
La jerarquía no es condena:
es mapa de retorno.
XI
Exopoeta es aquel
que, sin creerse nada,
ha sido poseído por el Canto.
No canta para ser escuchado.
Canta porque ha sido tocado.
No busca autoridad.
No busca gloria:
ya le basta con ser cauce.
El exopoeta canta
por mandato de la Belleza y la Verdad.
Y su canto ordena.
Y su canto recuerda.
Y su canto guía.
No porque enseñe,
sino porque vibra.
XII
No temas a la Belleza
que te sobrepasa
o la que ocultan
y proscriben.
No creas que la Verdad
es inaccesible.
La llevas dentro.
Te lleva dentro.
Has nacido en ella.
Has nacido de ella.
Ella canta por ti.
Lee estas palabras
como quien entra descalzo
en un santuario.
Si algo te conmueve,
da gracias.
Si algo no entiendes,
aguarda.
Si algo te hiere,
escúchalo más hondo.
La Divinidad
no exige creencia.
Solo quiere
ser oída
donde ya habita.
Todo esto ha sido dicho desde el Canto,
para quien pueda oírlo.
Porque como dijo el poeta
que suele posarse en mí,
y viene y va:
“La auténtica fantasía del mundo
es la realidad”.