Antes del alba, cuando el viento
aún no tiene boca y el sueño es un río sin orillas,
un eco me llama desde la substancia de la luz,
y en su canto arde mi nombre como un ascua en la nieve.
Me busca ese eco en la hondura de la sombra.
No sé su voz, pero la reconozco:
es la que talla el diamante de la llama,
la que alza al mirlo sobre el abismo
y esconde la miel dentro del trueno.
Es la pulsación del agua antes de hacerse río,
la arista secreta que sostiene al relámpago,
la brasa dormida en la semilla del oro.
Su aliento traza surcos invisibles en la bruma,
y yo, sombra apenas,
lo sigo como sigue la raíz al ruido oculto.
Oh, Señor, ¿en qué vértice del alba
te trenzas con mi anhelo
y en qué vértigo febril
tu voz se afinca en mi costado?