Juan Meléndez Valdés

Cuando a mi pobre aldea

ODA XL
De mi vida en la aldea

Cuando a mi pobre aldea
feliz escapar puedo,
las penas y el bullicio
de la ciudad huyendo,
 
alegre me parece
que soy un hombre nuevo,
y entonces sólo vivo,
y entonces sólo pienso.
 
Las horas que insufribles
allí me vuelve el tedio,
aquí sobre mí vagan
con perezoso vuelo.
 
Las noches que allá ocupan
la ociosidad y el juego,
acá los dulces libros
y el descuidado sueño.
 
Despierto con el alba,
trocando el muelle lecho
por su vital ambiente,
que me dilata el seno.
 
Me agrada de arreboles
tocado ver el cielo
cuando a ostentar empieza
su clara lumbre Febo.
 
Me agrada, cuando brillan
sobre el cénit sus fuegos,
perderme entre las sombras
del bosque más espeso;
 
si lánguido se esconde,
sus últimos reflejos
ir del monte en la cima
solícito siguiendo;
 
o si la noche tiende
su manto de luceros,
medir sus direcciones
con ojos más atentos,
 
volviéndome a mis libros,
do atónito contemplo
la ley que portentosa
gobierna el universo.
 
Desde ellos y la cumbre
de tantos pensamientos
desciendo de mis gentes
al rústico comercio;
 
y con ellas tomando
en sus chanzas empeños
la parte que me dejan,
gozoso devaneo.
 
El uno de las mieses,
el otro del viñedo
me informan, y me añaden
las fábulas del pueblo.
 
Pondero sus consejas,
recojo sus proverbios,
sus dudas y disputas
cual árbitro sentencio.
 
Mis votos se celebran,
todos hablan a un tiempo,
la igualdad inocente
ríe en todos los pechos.
 
Llega luego el criado
con el cántaro lleno,
y la alegre muchacha
con castañas y queso,
 
y todo lo coronan
en fraternal contento
las tazas que se cruzan
del vino más añejo.
 
Así mis faustos días,
de paz y dicha llenos,
al gusto que los mide
semejan un momento.

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