Fran Gonzalez

Padre, Piedra y Tiempo

 
Padre,
te alzaste en la boca del hambre,
en la espalda del invierno,
donde el pan era un eco lejano
y la historia no perdonaba.
Fuiste grano en la tierra herida,
hijo de la pena y la rabia,
y supiste levantar con las manos
lo que el miedo quería enterrar.
 
Eras un hombre solo,
pero traías contigo a todos los que faltaban.
Eras un niño sin tregua
y el mundo,
una puerta cerrada con clavos.
Pero aprendiste a forjar llaves,
a escribir tu destino
en la piel del esfuerzo,
a erigir con sudor la casa
donde otros vendrían a nacer.
 
Y cuando el amor te llamó por su nombre,
cuando el tiempo pareció aflojar su puño
y la vida te mostró la orilla prometida,
llegó la sombra.
La sombra sin rostro,
la que roba la risa y deja el aliento,
la que se sienta en la mesa
y no pide permiso.
 
Tú, que habías vencido al frío,
al hambre,
a la tierra baldía,
supiste entonces sufrir en silencio,
ser mitad de un dolor que nunca se parte,
ser faro en la tormenta de su mirada.
 
Y aquí estás,
padre de hierro,
hombre hecho a sí mismo
pero cosido a los otros.
No dices nada
y, sin embargo,
se escucha en tu pecho
la voz de los que amaron sin medida.
 
Te miro,
y sé que el mundo no tiene ya hombres como tú.
Pero aquí estás.
Sigues.
Como la raíz que nunca se ve,
como el muro que nadie recuerda
hasta que faltan sus piedras.

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