Fran Gonzalez

El gesto breve de tu cansancio

Te he encontrado en los rincones de la ciudad,
en la brisa que mueve tu pelo
cuando cruzas la calle sin prisa,
en la espuma que dejas en el café.
Te he seguido sin pasos,
sin sombra,
sin voz,
aprendiendo de memoria
las pausas de tu risa,
el gesto breve de tu cansancio.
la forma en que abrazas el frío
cuando la noche te sorprende en la acera.
He caminado detrás de ti,
siguiendo el eco de tus pasos,
dibujando tu nombre en el aire
sin saber si alguna vez
te girarías a mirarme.
Anoche dejé una carta sin nombre,
una hoja caída en tu puerta,
como quien suelta un secreto al viento
sin esperar que vuelva.
Y esta tarde, por primera vez,
tus ojos buscaron algo
en la barra de un bar pequeño,
como si intuyeras que alguien
te ha amado en silencio
aunque tú no lo sepas,
hemos compartido madrugadas,
hemos dormido espalda con espalda
en habitaciones que nunca existieron,
hemos reído con la complicidad
de quienes se han amado
sin tocarse jamás
ahora   te espero,
como quien deja una luz encendida,
como quien susurra un nombre al viento
con la certeza de que alguien lo escuchará.

.Aquella tarde, Sofía lo vio sentado en la barra de un bar pequeño, perdido en su propio mundo. No era la primera vez. Desde hacía meses, lo encontraba en los mismos lugares que ella frecuentaba: la librería de la esquina, el parque donde solía leer, la cafetería donde pedía siempre lo mismo. Nunca se habían hablado. Nunca se habían mirado realmente.

Pero él sí la miraba cuando ella no lo veía. Observaba cómo ataba su cabello en un descuido, cómo dejaba la cucharilla dentro de la taza después de revolver el café. Inventaba historias sobre su risa, sobre las canciones que escuchaba en los auriculares. Se preguntaba si alguna vez lo habría notado, si sospechaba que alguien la conocía sin haberle dicho jamás una palabra.

Una noche, sin pensarlo demasiado, la siguió. No de una manera oscura o siniestra, sino con la urgencia de alguien que quiere aferrarse a un instante más antes de perderlo. La vio entrar en un portal, buscar sus llaves en el bolso, empujar la puerta con el hombro. Y entonces, en un arrebato, recogió del suelo una hoja caída y la deslizó por debajo de la puerta cerrada.

No escribió su nombre. No firmó. Solo dejó unas palabras:

“Aunque tú no lo sepas, nos hemos cruzado tantas veces que en mi mente ya hemos compartido una vida. Hemos viajado en trenes sin destino, hemos reído hasta el amanecer, hemos dormido espalda con espalda en una casa que no existe. Pero ahora estás dentro y yo sigo afuera. Y quizá siempre sea así. Buenas noches.”

A la mañana siguiente, Sofía encontró la nota al salir. La leyó en silencio, apoyada en el umbral de su puerta. Miró a ambos lados, pero la calle estaba vacía. Guardó la hoja en su bolsillo sin saber por qué. Y aquella tarde, por primera vez, en la barra de un bar pequeño, buscó con la mirada a un extraño que quizás nunca había visto.

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