Como se tuercen mis ojos,
de esta frágil tormenta,
quiero arrojarlos en las ascuas de esta leña.
Pero toda mi piel hecha ceniza, deja de doler
y por la noche mi siniestra osamenta,
le robará el terror a todas las almas, a todas las que puedan ser salvadas.
Y se dejará vencer mi humanidad por una delgada soga
que divide mi clemencia
y paulatinamente se desvanecerá,
y caeré, sordo y fóbico,
no habrá parapeto que alivie la esperanza.
Harto de mis opiniones, me prohíbo ser yo.
¿Cuán mal—formada se encuentra mi soledad,
que se encadena a mis tobillos y se deja arrastrar?
El techo, tan desierto,
aplasta mi pecho y siento mi propio aliento cortado al ras.
¿Cómo sabré quien soy, si se esconde mi espíritu?
No es un acertijo cohabitar múltiples personalidades,
no es sano nacer en cada pensamiento.
Donde no hay nada, algo puede surgir.
Donde algo hubo, solo baila su cadáver—