En la quietud del alma se revela
un mundo sin rencores ni tormenta,
donde la mente libre se consuela,
y el corazón en calma se orienta.
Es un refugio lejos del estruendo,
un remanso de luz en la penumbra,
donde el espíritu encuentra su remiendo,
y en su sereno abrazo se deslumbra.
No hay miedo que perturbe su latido,
ni sombra que opaque su esplendor,
solo un silencio amable y contenido,
que envuelve con su manto redentor.
La paz interior, dulce y constante,
es el tesoro del alma errante.