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Elideth Abreu

La medida del ser

 
 
No soy la sombra de lo que poseo,
ni la riqueza que brilla en mis manos,
no soy el traje de tela dorada
ni el frío mármol que guarda mi nombre.
 
No soy el rostro que el tiempo deshace,
ni la palabra que aplauden los necios,
soy lo que ofrezco sin peso en balanza,
soy lo que queda cuando todo calla.
 
Si mi presencia no deja un latido,
si mi camino no enciende una llama,
¿de qué me sirven los vanos laureles,
si nada en mí se convierte en abrazo?
 
Mide mi esencia por cómo he mirado,
por lo que he dado sin miedo y sin tregua,
por las heridas que al fin he sanado,
por la ternura que siempre sostuve.
 
Que al irme un día, sin más equipaje,
se diga al menos con voz verdadera:
“No fue la suma de todo lo suyo,
fue lo que en otros sembró sin fronteras.”

El verdadero valor de una persona no se mide en títulos, en cifras, en la fugaz belleza que el tiempo consume sin piedad. No se encuentra en el brillo de las joyas ni en los aplausos de multitudes efímeras. Hay algo más profundo, más sutil, que escapa a la lógica fría de la comparación y el juicio.

El verdadero valor reside en la huella que dejamos en los demás, en la capacidad de tocar un corazón sin necesidad de palabras, en la bondad que se ejerce sin esperar recompensa. Está en la resiliencia con la que enfrentamos la adversidad, en la dignidad con la que caminamos incluso cuando el sendero se vuelve incierto.

A veces nos perdemos en la búsqueda de reconocimiento, sin darnos cuenta de que el alma no se pesa en balanzas ajenas. La autenticidad, la lealtad, la compasión... esas son las monedas de un tesoro que no se devalúa con el tiempo. Porque al final, no somos lo que tenemos, ni lo que aparentamos, sino lo que dejamos sembrado en los corazones que nos rodean.

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