En el taller divino, el tejedor
urde en silencio hilos de mil vidas,
donde el llanto y el risa son las guías,
y el destino se teje con su amor.
Un derviche, al ver su arte, preguntó:
“¿Es azar, o hay un plan que nos acoge?
¿Por qué unos hilos brillan y otros son rojos,
y mi destino es breve, triste y dolido?”
El viejo tejedor, en paz, no respondió,
pues sabe que en la trama está el sentido:
no es romper los hilos, sino el camino
de danzar con la sombra que nos tocó.
Y el derviche, al fin comprendió,
que en cada hilo hay luz y hay olvido.