En el susurro tenue de abril,
despierta el cerezo, guardián del alba,
y su piel dormida de ramas frágiles
se viste de espuma, de nieve alada.
Bailan los pétalos, tiernos, desnudos,
al compás del viento que canta al sol,
como lágrimas dulces de un sueño puro
que estallan en blanco, en un resplandor.
Es un incendio de luz tan callado,
que quema el invierno en su soledad;
un latido leve que el aire besa,
un soplo de tiempo hecho eternidad.
Oh cerezo en flor, efímera vida,
tu danza se quiebra como un cristal,
y al caer tus flores, se funden los días,
en un río eterno, fugaz y vital.
Eres suspiro de la primavera,
un poema escrito en la piel del aire,
fragancia de sueños que nunca mueren,
y vuelven al mundo para abrazarle.