Era un bello día en el puerto,
donde el viento soplaba fuerte y cierto.
Allí vi a un hombre con su lira,
tocando al sol, mientras el mar suspira.
Lira él tocaba con gran pasión,
mientras una liebre saltaba sin razón.
El hombre, al verla, sonrió y dijo:
“Qué ligera eres, y sin acertijo.”
Mientras tanto, el mar rugía bravo,
y la ola rompía en el clavo.
Era el eco de un canto perdido,
que resonaba en el puerto dormido.
Así, bajo el cielo y sin prisa,
la brisa contaba con suave risa,
que aunque a veces uno pueda errar,
es hermoso el arte de amar y de mar.