En la quietud donde el mundo calla,
allí encuentro Tu voz, mi Señor amado,
como un río que al alma se encalla,
en Tu amor quedo siempre anclado.
No necesito palabras grandiosas,
ni rituales que adornen mi clamor;
mi corazón, con sus grietas hermosas,
es la ofrenda que llevo al Redentor.
En el secreto de nuestra mirada,
cuando el silencio se torna oración,
siento Tu gracia, viva y derramada,
sanando mis días con redención.
Cada lágrima que en mis manos reposa,
Tú la recoges y la haces canción;
mi angustia en Tu abrazo es mariposa
que encuentra alas en la devoción.
Tus pasos resuenan en mi camino,
me llevas donde no temo caer,
y en Tus ojos, como un destino,
veo la promesa de renacer.
Es más que fe, es respiración,
es verte en cada rincón del instante,
una eterna y dulce conexión,
un lazo que nada rompe o deshace.
Y así vivo, en paz consumado,
unido a Ti como ramas al árbol,
mi Salvador, mi amigo cercano,
mi guía fiel, mi amor inefable.