Hay días en los que la melancolía
y la soledad quiebran mi entendimiento
y busco llorar sobre libros, desvelos,
recuerdos, caminatas, pornografía...
Pero todos esos son remedios vanos
que liberan una lágrima por cada
diez mil pasos recorridos y mil faldas
levantadas por un hombre entre mis manos.
El abandono en mí niega la ausencia
del avituallamiento que necesito,
mis células se rinden y el olvido
vuelve a la omisión, por inercia, miseria.
Podría saltear a un velocipedista
y montarme a consumir grasa y cerveza,
ir a un templo y rechinar sus bancas viejas
con Belzebú sonriendo en mi camisa,
atracar a la pureza en un liceo
y burlarme del mundo sobre sus muslos,
tomarla del pelo y escarbar profundo
para dejar en su carne hiedra y deseo.
Podría esparcir olvido a dónde vaya
y ser una molestia en el camino,
mas sólo soy mi carne y todo extingo,
no por afán, sino por mal y migraña...