Cada vez que hago bien, oh corazón, me invade
una dulzura fresca, cuya virtud comprendo;
veo dulces sonrisas en bocas que no existen,
y manos invisibles que me están aplaudiendo.
Oh gozo, oh incomparable fruición, oh silencioso
júbilo! El corazón de penas se despoja,
y no viene el otoño con su ráfaga cruda
a esperar la caída de la última hoja.
Y sentir que unas manos me expresan gratitud,
y ver que en los risueños ojos menesterosos
hay yo no sé qué alma arrojándome pétalos
sobre tantos caminos obscuros y sinuosos.
Y saber, oh saber que no soy maldecido,
que mi nombre, por bocas ajenas pronunciado,
deja buenos recuerdos en las almas que un día
recibieron un lirio de mi huerto cerrado!