Pensé que era un típico ataque de celos
cuando en el umbral de mi casa lo vi,
los ojos hinchados por el desconsuelo
y un tajo en el alma firmado por ti.
“No vengo a montarte una escena de cuernos,
sino a prevenirte contra esa mujer:
quererla es mudarse a vivir al infierno,
caer es sus garras es jugarse la piel”.
No dejé que acabara. “Largo de aquí”
le dije y descubrí la verdad
como los cobardes,
demasiado tarde.
Más me hubiera valido
haberle hecho caso a tu marido.
No me puso nadie un cuchillo en el pecho.
Igual que un chiquillo el anzuelo mordí.
La vida a tu carta aposté por derecho.
Mira lo que han hecho tus besos de mí.
No puedo decir que no estaba advertido.
Cerré los oídos y ahora me veo
probando el amargo sabor del olvido
entre los escombros que deja el deseo.
Y pensar que me puso media ciudad
en guardia contra ti...
Cuando vi
que era todo cierto
ya me habías llevado al huerto.
Fue primero un fontanero
que te ayudó
a desabrocharte el liguero;
luego, el panadero
y aquel mes de calor
un camión entero
del cuerpo de bomberos.