Cuando éramos uno,
me di cuenta que el corazón
tenía voz, y que el tiempo
era cero en tus ojos pétreos.
Cuando éramos uno,
el agua se despedazaba
en nuestras mejillas,
y sentía el llorar dos veces.
Cuando éramos uno,
la noche me punzaba;
y tus labios en mis labios,
eran una tumba.
Cuando éramos uno,
supe que tu voz era mi voz,
y mientras yo te pensaba,
tú dormías sin soñarme.