Serafín José García
Acuclinau junto a una mata’e paja,
que hacía chiflar enfurecido el viento,
dándole el anca a la garuga helada,
y entumido de frío hasta los huesos,
hallé aquel crudo atardecer de Junio,
al pobre gatiao viejo.
 
Lo habían largao allí pa que muriera,
flaco, sin fuerza ya cansao y hambriento,
en un camino que’ra puro barro,
y ande no iba encontrar ni un pasto seco,
y lo que es peor, solito,
frente al rigor del despiadado invierno.
 
Al cruzarme con él, sus tristes ojos,
apagados por el tiempo,
me miraron de un modo cuasi humano,
y un relincho que a cuasi fuese un ruego,
se le escapó por entre los dientres tronchos,
y me punzó como una espina el pecho.
 
Entonces yo me le allegué despacio,
le hablé como se le habla a un compañero,
le palmié, las costillas,
que por poco aujeriaban ya el pellejo,
y acabé por llevarmelo de tiro,
atándole una soga en el pescuezo.
 
Ahora lo tengo en el galpón del rancho,
repartiendose el maíz con mi azulejo,
abrigao y durmiendo en cama’e pasto,
como si fuese un pingo parejero,
y aunque es viejaso el pobre,
pa mi que no lo basurié este invierno.
 
Con sus años pa nada habrá de servirme,
aunque engorde y empeleche en buen tiempo,
pero eso a mi, nada me importa,
pués no lo traje pa sacar provecho.
 
Y estoy pagao de sobra con la forma que el me mira,
cuando le proseo...
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