Gabriela Mistral
La hora de la tarde, la que pone
su sangre era las montañas.
 
  Alguien en esta hora está sufriendo;
una pierde, angustiada,
en este atardecer el solo pecho
contra el cual estrechaba.
 
  Hay algún corazón en donde moja
la tarde aquella cima ensangrentada.
 
  El valle ya está en sombra
y se llena de calma.
Pero mira de lo hondo que se enciende
de rojez la montaña.
 
  Yo me pongo a cantar siempre a esta hora
mi invariable canción atribulada.
¿Seré yo la que baño
la cumbre de escarlata?
 
  Llevo a mi corazón la mano, y siento
que mi costado mana.
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