Gabriela Mistral
Tengo ha veinte años en la carne hundido
    —y es caliente el puñal—
un verso enorme, un verso con cimeras
      de pleamar.
 
  De albergarlo sumisa, las entrañas
     cansa: su majestad.
¿Con esta pobre boca que ha mentido
     se ha de cantar?
 
  Las Palabras caducas de los hombres
     no han el calor
de sus lenguas de fuego, de su viva
      tremolación.
 
  Como un hijo, con cuajo de mi sangre
     se sustenta él,
y un hijo no bebió más sangre en seno
     de una mujer.
 
  ¡Terrible don! ¡Socarradura larga
     que hace aullar!
El que vino a clavarlo en mis entrañas
     ¡tenga piedad!
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