A veces la poesía es el vértigo de los cuerpos y el
vértigo de la dicha y el vértigo de la muerte;
el paseo con los ojos cerrados al borde del despeñadero
y la verbena en los jardines submarinos;
la risa que incendia los preceptos y los santos
mandamientos;
el descenso de las palabras paracaídas sobre los
arenales de la página;
la desesperación que se embarca en un barco de
papel y atraviesa,
durante cuarenta noches y cuarenta días, el mar de
la angustia nocturna y el pedregal de la angustia diurna;
la idolatría al yo y la execración al yo y la
disipación del yo;
la degollación de los epítetos, el entierro de los espejos;
la recolección de los pronombres acabados de cortar en el jardín
de Epicuro y en el de Netzahualcoyotl;
el solo de flauta en la terraza de la memoria y el
baile de llamas en la cueva del pensamiento;
las migraciones de miríadas de verbos, alas
y garras, semillas y manos;
los substantivos óseos y llenos de raíces, plantados
en las ondulaciones del lenguaje;
el amor a lo nunca visto y el amor a lo nunca oído
y el amor a lo nunca dicho: el amor al amor.
Sílabas, semillas.