Ya que sabes de amor y de dolores
óyeme bien, Señora,
y ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora
de nuestra muerte
Ella murió; su pecho yace inerte
bajo manto de yerba;
ella en tus brazos abriga su suerte
y en tus brazos conserva
tu don divino.
Tú, tejiéndole en vida su destino,
madre la hiciste,
madre de mi pasión y en mi camino
mortal tú la pusiste
como una estrella.
Estrella matutina que tu huella
guardando con tu lumbre,
fué de mi corazón una centella
la dulce mansedumbre
de su cariño.
Tú, Señora, que a Dios hiciste niño
hazme miño al morirme
y cúbreme con el manto de armiño
de tu luna al oirme
con tu sonrisa.
El alba es tu sonrisa y as la brisa
del alba tu respiro;
acuérdate cuando iba al alba a misa
por ti y en el retiro
por mí rogaba.
Te rogaba por mí, por mí abogaba
para que Tú, Señora.
por aquella que fué tu humilde esclava
me dieras una hora
de firme paso.
Haz por ella que en la hora del ocaso,
en el último trance,
cuando de mi alma al fin se rompa el vaso,
de nuestro Padre alcance
eterna vida
mi tierra can su tierra confundida.