Miguel de Unamuno

Teresa: 64

Era hacia navidad, en el más breve
día del año, cuando ya la nieve
            coronaba la sierra,
y el sol, todo luz, más amortiguado
su fuego, se acostaba tibio en tierra
con un ocaso dulce y sosegado.
Ojos y nada más en el espejo
de tu pálido rostro; era el reflejo
            del sol que se ponía,
pura luz sin el fuego de la sangre
y en tus ojos la luz resplandecía
que te mandaba el –soft en su desangre:.
De entre unas migas, resto de una rosca,
salió arrastrándose unía pobre mosca,
            la última del año;
en sus alas, que al vuelo se negaban,
ponía el sed poniente como engaño
tornasol y al relente se doblaban.
«¡Pobrecita!», decías, y .tu dedo
tembloroso del corazón, muy quedo,
            con toque imperceptible
sus alas desaladas repasaba,
y yo temblé porque u¡n dedo invisible
vi que al morir el sol te acariciaba.
«Ojos su cabecita y no otra cosa...»
—me decías mirándola curiosa—
            «cabezas de alfileres;
pero en ella son dos; grandes ojazos;
ya tienen que mirar los pobres seres
para escurrirse de entre tantos lazos...»
El ojazo del mundo sus pestañas
plegó junto a la tierra; las entrañas
            del mundo palpitaron
como al toque del dedo del Destino;
las alas de la Noche centellearon;
Santiago marcó en ellas su Camino.
Paró la mosca y tú con un hilito
de aliento la soplaste; salvó el hito
            de la vida y rodando
se vino al polvo, ya sus ojos muertos,
y quedaste un momento contemplando
no sé qué con los tuyos muy abiertos...

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