Al torcer una curva del camino
lo diviso a lo lejos,
con sus casitas blancas cual palomas
y sus floridos huertos;
en derredor de la vetusta torre
desmoronada a trechos,
y que aún se yergue como fiel vigía
que vela por el pueblo.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Con qué emoción tan honda le saludo
y a sus contornos llego:
aquí las horas de mi dulce infancia
con placidez corrieron.
Estas silvestres flores,
que voy pisando en el camino estrecho;
el aire, recargado
de olores del tomillo y del romero;
el rudo campesino, descubriéndose
del Ángelus al toque, cuyo eco
de la torre desciende
lentamente perdiéndose en el viento;
el grupo alegre de garridas mozas,
de las eras volviendo,
cantando alguna copla intencionada
que entiende el mozo apuesto;
las montañas, allá en las lejanías,
sus ondulosas líneas extendiendo;
los campos silenciosos,
que el crepúsculo envuelve en sus misterios;
todo me muestra aquí de algo perdido
la imagen cierta que surgió de nuevo;
cuadro en que se renuevan los colores,
forma viva y real de mis recuerdos.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Este es el sitio ameno y delicioso
cuyo apacible encanto
mi madre amada disfrutar solía
las tardes del verano.
Aquí la Fuente—Santa
da al aire quieto su murmurio blando,
y corre de sus aguas rebosantes
el arroyuelo manso,
Su ramaje los árboles enlazan,
frescas grutas formando,
y dan al suelo las campestres flores,
tapiz vistoso de matices varios.
Aquí adoro un recuerdo; en este sitio
di yo mi primer paso;
aquí me acarició la madre mía
con regocijo santo.
Tal vez, en el reborde de la fuente
ella buscó descanso,
para darme la savia de su pecho
y los besos benditos de sus labios,
Quizás buscara, en calurosa tarde,
la sombra de aquel árbol,
y de sus flor, hermanas de esas flores,
formó sencillo ramo.
Quizás en ese arroyo cristalino
ella mojó su mano,
y cogió para mí las piedrecillas
que yo tiré jugando.
¡Ay, madre de mi alma,
ángel de mi niñez, siempre mi amparo,
de esta tierra querida
ya mi huella y la tuya se han borrado;
aquí de mi existencia vi la aurora,
y ya en la noche de la vida avanzo.
Aquí pasé de tu regazo amante
a la tierra que aún piso, y tú has dejado;
aquí amparó mi senda,
la triste senda del dolor humano.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Adiós, tierra sagrada,
que mi madre pisó; de ti me aparto,
y antes de proseguir la incierta ruta
que ha de llevarme a mis postreros pasos,
yo tu polvo bendigo
y te dejo mis besos y mi llanto.