Hoy me vestí ante mi propio latido
de herida, de despojo,
hundida en la aberrante soledad en la cual reposo
estática e inanimada,
en aquel rincón donde persisten ánimos más enfermizos y viciosos.
Hoy sigo sin saber con certeza
si mis manos retratan mi reflejo
si mi pecho se oprime por el peso
de versos del goce prisionero,
hecho nada más ni nada menos
que de manos, de suspiros
de polvo, de cuerpos.
Hoy me retoco en el espejo
y a medida que quito las prendas, siento
como las heladas escamas se aúnan
en las aguas tibias del ensueño.
Este rostro húmedo y enrojecido
no condice con el frío de su carne,
o las escamas, o el espíritu,
sin haber un nombre que darles.
La luz sensible en mí refracta
este ardor de rebeldía
que circula, como la agonía,
entre cuatro herméticos muros.