Lisímaco Chavarría

La vaca

Compañera inseparable
de los mansos bueyes viejos,
vayan para ti mis loas
y las rosas de mis versos...
Al mugir en las dehesas
en llamamiento al becerro,
de las madres cariñosas
nos haces un fiel recuerdo.
Cuando despunta la aurora
y pone sobre los cerros,
y en la quiebra de los montes,
como una reina, su cetro;
cuando cantan los yigüirros
en la copa de los cedros,
como bardos de alto numen
que pulsaran dulces plectros;
cuando las fuentes discurren
fingiendo alegres gorjeos
entre guijas y entre flores
en sonoro cabrilleo,
tú pasas dócil y mansa
obedeciendo al vaquero:
un lozano campesino
un mozalbete travieso
que roba limas y guabas
para llevarle al maestro.
Tú sabes de las frescuras
de los más frondosos ceibos;
tú sabes de los cantares
de los monjos mañaneros;
tú sabes lo que refieren
los pajarillos enfermos
que dejan viudos las ráfagas
del temporal del invierno,
sabes también del idilio
de aquel montañés apuesto
que en una tarde de junio,
en el trillo del potrero,
a aquella moza del barrio
le protestó amor eterno,
mientras la tarde su bronce
diluía allá en los cielos
simulando en los cantiles
devoradores incendios.
 
Vaca, mansa compañera
de los nobles bueyes viejos
que saben de los afanes
de los fuertes jornaleros,
en tus pupilas retratas
el paisaje verde y fresco,
el vuelo de las palomas
y los verdes limoneros,
el cristal de los torrentes
que riman extraños versos
y cantan como tenores
y vibran como panderos;
las humedeces con lágrimas
cuando lejano el ternero
te reclama, como niño,
con su sentido cencerro.
Tienes la filosofía
de ser mansa... Si los perros
van a oponerse a tu paso
ni los miras, tu desprecio
domestica sus bravezas
y al fin son tus compañeros.
Cuántos regocijos pones
cuando llegas del potrero
y brindas la ubre repleta
del delicado alimento
a las mozas campesinas...
cierras los ojos... sus dedos
tus cuatro mamas ordeñan,
en tanto que haciendo esfuerzos
el ternerillo se tuerce
en mil escorzos supremos...
y tú sueñas, si no lames
de tu hijo el lomo sedeño.
Las églogas de Virgilio
ensalzan ese alimento
que es más albo que la nieve
y que del lirio los pétalos,
y más sabroso que el néctar
del colmenar del Himeto.
Compañera inseparable
de los mansos bueyes viejos,
vayan para ti mis loas
y las rosas de mis versos.
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